Gimnasio
los pinos
Octavo
grado
El origen
de los partidos políticos en Colombia
En Colombia el partido liberal y el
partido conservador se conformaron a mediados del siglo XIX. Ezequiel Rojas
publicó en 1848 lo que serían las bases programáticas del partido liberal y
Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro redactaron en 1849 el programa
conservador. Es indudable que los partidos venían ya en proceso de formación
pero sus orígenes no se remontaron necesariamente a Bolívar y Santander. El
caso más claro para refutar la idea de que el conservatismo procede de Bolívar
y el liberalismo de Santander, sería el del propio Mariano Ospina Rodríguez,
ideólogo y jefe del partido conservador, quien no obstante había participado en
un atentado contra la vida de Bolívar en 1828. El mismo Ospina explica esta
situación en un artículo que sobre la génesis de los partidos escribió en 1849,
en su periódico "La Civilización de Bogotá": Para juzgar lo que son
los partidos actuales es indispensable echar una ojeada sobre lo que han sido
los partidos en la Nueva Granada... lo que entonces (1810) dividía algún tanto
los ánimos de una manera ostensible, era la rivalidad entre europeos y
criollos; pero está ojeriza recíproca no constituía dos partidos políticos...
El partido de la Independencia tuvo la desgracia de dividirse cuando más
necesitaba la unión. La forma de gobierno que debía darse al país fue la causa
de la discordia. Quisieron unos la federación, otros el centralismo... (Cuando
Bolívar) expuso sus opiniones en un proyecto de constitución para Bolivia, y
las recomendó a América, este malhadado proyecto fue la manzana de la
discordia; a su vista los granadinos, como el resto de los colombianos quedaron
divididos en dos grandes bandos... Ese día los amigos de la independencia se
denominaron: Bolivianos y liberales... ¿Los partidos liberal y boliviano eran
la continuación de los federalistas y centralistas de la primera época?
Evidentemente no... ¿Serían la continuación de los godos y patriotas, o de
enemigos y amigos de la independencia? Uno y otro bando pretendía, con notoria
injusticia que su contrario era un partido de godos. (A partir de 1832) el
partido liberal, que gobernaba sin oposición, se dividió en dos grandes bandos
que pudieron haberse denominado: tolerantes y exclusivistas: y que nosotros nos
tomamos hoy la libertad de llamar: liberales conservadores y liberales rojos:
porque estas denominaciones análogas a las que los mismos partidos llevan en
Europa no deben tener nada de odiosas, y harán conocer la índole de los dos
bandos... ¿Qué analogías hay entre los realistas y los conservadores? Como
partidos políticos, ninguna... Entre bolivianos y conservadores ¿qué relación
existe? Como partidos políticos, ninguna... Hoy no puede haber discusión sobre
si la Nueva Granada debe estar unida o separada de España: si el gobierno debe
ser monárquico o republicano: como no puede haberla sobre si se separan o no
los Estados que formaron a Colombia, si viene o no a este país el cólera
asiático. Estas son cuestiones decididas y estas decisiones son hechos
consumados en que no es posible volver atrás. Tampoco hay cuestión sobre si el
Jefe de la República debe ser vitalicio, o periódico; la cuestión es más bien
de si debe haber tal Jefe. Los principios que hoy dividen a los Granadinos, las
cuestiones que ocupan los ánimos son muy diversos de todo eso; son cuestiones
sociales, no son cuestiones políticas; si la política está profundamente
afectada por ellas, es porque se quiere el gobierno como instrumento de
propagación. De la misma manera los conceptos del ideólogo y jefe liberal
Manuel Murillo Toro sobre Santander, no permiten establecer esa procedencia
mecánica que algunos pretenden entre el prócer y la creación del partido
liberal.
Someramente puede caracterizarse así
la situación de Colombia (Nueva Granada) a mediados del siglo XIX: las
estructuras sociales del tiempo de la colonia se mantenían en gran parte, se
conservaba la esclavitud; inmensas porciones de tierra estaban inmovilizadas en
manos de la Iglesia, las tierras comunales aún pertenecían a los indígenas;
algunas ramas de la producción, como el tabaco, eran reguladas por el sistema
de estanco; el régimen tributario tenía las mismas bases que en el período
colonial y gran parte del cuerpo de legislación estaba constituido aún por las
leyes del período colonial.
Las altas esferas del Estado eran
controladas por un núcleo reducido, incluso familiar, vinculado con los
terratenientes esclavistas del sur del país. Los comerciantes tenían poder
social, se habían beneficiado con la liberación del comercio subsecuente a la
independencia y aspiraban, en aras de sus intereses, a quebrar las trabas
coloniales que aún subsistían. Los militares supérstites de la guerra de
independencia, cuando pertenecían a los sectores terratenientes y comerciantes,
hacían de la milicia algo complementario para su acción política. Cuando su
extracción de clases era popular y sus ascensos se debían a servicios prestados
dentro del escalafón, tenían en el ejército la única fuente de ocupación. Los
artesanos eran un sector importante y organizado en ciertas ciudades del país,
y su producción no había sido barrida aún por la competencia extranjera. El
"pueblo", es decir, la inmensa mayoría de la población, estaba
constituido por indígenas, esclavos y mestizos carentes de representación
política aún a nivel electoral, pues las constituciones restringían el derecho
al voto y sólo lo otorgaban a personas alfabetas y que tuvieran bienes de
fortuna. Como un trasunto de la permanencia colonial, la Iglesia Católica
gozaba de gran poder basado en sus bienes materiales, en el prestigio que poseía
como institución y en la inmensa audiencia de que gozaba entre las masas.
El liberalismo inicia una serie de
reformas con el gobierno del José
Hilario López (1849-1853). Algunas de éstas eran más o menos compartidas
por los conservadores, pero contaron con su oposición por razones políticas.
Gerardo Molina enumera así las reformas propuestas:
"Abolición de la esclavitud;
libertad absoluta de imprenta y de palabra;
libertad religiosa;
libertad de enseñanza;
libertad de industria y comercio, inclusive el de
armamentos y municiones; desafuero eclesiástico;
sufragio universal directo y secreto;
supresión de la pena de muerte, y dulcificación de
los castigos;
abolición de la prisión por deuda;
juicio por jurados;
disminución de las funciones del ejecutivo;
fortalecimiento de las provincias;
abolición de los monopolios, de los diezmos y de
los censos;
libre cambio;
impuesto único y directo;
abolición del ejército;
expulsión de los
jesuitas"4.
A ellas habría que agregar las
medidas llevadas a cabo sobre la propiedad territorial: supresión de resguardos
y ejidos, y abolición de los bienes de manos muertas efectuada durante el
segundo gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera, en el año de 1861. Las medidas
en su conjunto estaban destinadas a debilitar el estado existente, "el
Estado colonial", para sustituirlo por otro más acorde con las nuevas
realidades del capitalismo mundial de libre competencia y con los intereses de
los sectores comerciantes que pugnaban por el control del poder. La rebaja de
los aranceles ligaba los intereses de los comerciantes con los del comercio
mundial y al igual que la abolición del estanco y de los diezmos, contribuía a
suprimir las fuentes tradicionales de financiación del Estado. Una reforma
fiscal en tal sentido, haría que en adelante el Estado dependiera de los
impuestos directos y de las nuevas rentas que produjera el comercio acrecido
por la suspensión de monopolios. El Estado se "debilitaba"
dentro del nuevo contexto que le atribuía nuevas funciones; se disminuía el
poder del ejecutivo; se fortalecían el parlamento y las provincias hasta dar
paso al federalismo; se acudía al sufragio universal (Constitución de 1853); se
abolía el ejército tradicional compuesto por oficiales de carrera; se suprimía
el patronato eclesiástico que prácticamente convertía a los clérigos en
funcionarios estatales y se reglaba la relación con la Iglesia por una
separación entre ella y el Estado, a la par que se la despojaba del monopolio
de la educación.
Las reformas económicas tenían un
sentido: ampliar el mercado, volver mercancía la tierra y la fuerza de trabajo;
de allí la supresión de trabas, la liquidación de resguardos y ejidos, la
expropiación de bienes eclesiásticos para convertir la tierra en libremente
negociable. De allí también la abolición de la esclavitud, la liberación a los
indígenas de sus tierras y la conversión de toda esta masa en un mercado libre
de fuerza de trabajo. Para tal situación lo más adecuado era una ideología
igualitaria y utilitarista que convirtiera a los ciudadanos en iguales ante el
derecho, aptos para votar, en sujetos libres e iguales como contratantes, bien
para la venta de sus tierras y de su fuerza de trabajo o para ejercer la
libertad de comprar según las apetencias impuestas por la necesidad. El estado
colonial no era ya el adecuado. Era preciso sustituir la legislación casuística
que reglamentaba con minucia por leyes de contenido general, encarnación de la
voluntad popular, síntesis de los intereses convergentes de todos. El sufragio
universal debía ser la forma de expresión del interés general de ciudadanos
iguales y libres ante la ley. El autoritarismo personificado en el ejecutivo,
el poder central y en el ejército, debía ser ante expresiones más igualitarias:
el parlamento, el poder regional y el ejército de ciudadanas. La disminución
del poder central -del ejecutivo- corre parejo con la atribución de funciones
al parlamento y con el federalismo. Un ejecutivo fuerte en ausencia de una
clase hegemónica en el país, podía derivar en el poder de un caudillo que se
implantara por encima del "interés general" de las oligarquías
regionales. Colombia no ha vivido la situación de otros países latinoamericanos
con dictadores que se perpetúen en el poder. Aparte de nueve grandes guerras
civiles y de decenas de revoluciones locales, el discurrir republicano de
Colombia durante el siglo XIX fue tranquilo e institucional. Los movimientos
coetáneos de federalismo y de disminución del poder central -del ejecutivo-
fueron medidas sabias de la oligarquía colombiana. Estas le permitieron, sin
someterse a la férula de un grupo representado en el caudillo militar y sin
entrar en una confrontación de tipo general, repartirse el patrimonio nacional
por vía regional. Las constituciones liberales de 1853 y 1863, la primera de
las cuales permitió y la segunda consagró el federalismo, redujeron al mínimo
el poder del ejecutivo y establecieron formas de representación por elecciones
permanentes y la supremacía del parlamento. Ambas fueron dictadas ante el temor
producido por dos caudillos militares: Obando y Mosquera. La abolición del
ejército regular y su sustitución por milicias dirigidas por ciudadanos
pudientes -al amparo de las leyes sobre libertad de comercio de armas- permitió
la evicción de sus cargos a los oficiales populares en el momento de la
confrontación y el desarrollo de la acción de las oligarquías locales, que
contaron con sus propias milicias, ante la ausencia de un poder militar de o
nacional.
Para vincular los intereses de clases
con el surgimiento de los partidos políticos -liberal y conservador- se ha
tenido como cierta una explicación: el liberalismo propugnaba el cambio y
encarnaba los intereses de comerciantes, artesanos, esclavos y pueblo en
general. Por el contrario, el conservatismo se aferraba al statu quo como
expresión de los intereses de los terratenientes esclavistas y en consecuencia
del mayor terrateniente del país -la Iglesia Católica-. Este esquema es
parcialmente cierto, pero es preciso hacer algunas observaciones sobre
contradicciones inexistentes, sobre situaciones regionales y sobre el momento
preciso al que se podría aplicar.
Con las reformas propuestas, los
gobiernos liberales lograron que vastos sectores populares apoyaran su
proyecto, aunque a la larga, muchas de las medidas tomadas se volvieran contra
ellos. En lo inmediato, algunas de las reformas adelantadas podían corresponder
a intereses económicos específicos. Así: la abolición de los resguardos estaba dentro
del interés de los comerciantes, en la medida en que agrandaba el mercado de la
fuerza de trabajo y de la tierra. Lo primero, porque al desposeer de sus
tierras a los indígenas, obligaban a un sector de éstos a vender su fuerza de
trabajo, a proletizarse a entrar a la economía monetaria y a constituirse en
demanda ampliada de mercancías, aunque lo que sucedió con más frecuencia fue la
conversión de los indígenas en arrendatarios, colonos o aparceros. Lo
segundo, porque la tierra se volvió libremente negociable y económicamente más
apta para cumplir funciones de producción con destino al mercado interno y a la
exportación. Esto último podía decirse también de la liquidación de ejidos y de
la desamortización de bienes eclesiásticos. La abolición de la esclavitud
convenía a comerciantes y artesanos por las mismas razones de ampliación del
mercado y convenía obviamente a los mismos esclavos. Las medidas de libre
cambio y de abolición de los estancos estaban dentro del interés de los
comerciantes, pero no así el libre cambio respecto a los artesanos. La
abolición de los diezmos eclesiásticos disminuía cargas a los agricultores y
aligeraba el comercio.
Algunas de las medidas enunciadas
eran contrarias a los intereses de los terratenientes, pero otras les eran
indiferentes e incluso benéficas. Es claro que para los esclavistas la
abolición de esta institución les perjudicaba. Por esta razón, en las regiones
donde la esclavitud era muy fuerte, hubo una estrecha ligazón entre el partido
conservador y los terratenientes esclavistas que defendían, además de sus
intereses materiales, el statu quo representado en una concepción jerarquizada
de la sociedad que los colocaba en la cúspide y asignaba las más bajas esferas
para los otros sectores raciales. A nombre de la religión y del partido
conservador, el sector esclavista se lanzó a la guerra en 1851 contra el
gobierno liberal que proponía la abolición de la esclavitud. La supresión de
resguardos y ejidos no pugnaba con los intereses de los terratenientes e
incluso les favoreció, puesto que con los comerciantes, fueron los beneficiados
por la adquisición de las tierras comunales. La abolición de los diezmos
eclesiásticos, aunque a algunos les creara problemas de conciencia dada su
afiliación religiosa, económicamente les favorecía. Lo propio puede decirse de
la desamortización de bienes eclesiásticos, pues aunque fueron liberales los
que más se los hicieron adjudicar, muchos conservadores hicieron caso omiso de
escrúpulos doctrinarios o partidistas con tal de ensanchar su patrimonio. En
cuanto a la abolición de las tarifas proteccionistas y la implantación del
libre cambio, la contradicción económica se presentó entre comerciantes y
artesanos y no entre los primeros y los terratenientes. La medida en nada
perjudicaba a estos últimos; antes por el contrario, ella abría posibilidades a
la exportación de productos agrícolas y a la rebaja de los aranceles de
importación para los bienes de lujo, que en gran parte eran consumidos por los
terratenientes. No deja de ser interesante recordar que el dirigente
conservador Julio Arboleda -sanguinario terrateniente esclavista del sur del
país- en el discurso que pronunció para dar posesión al presidente Manuel María
Mallarino (1855-1857), tras la derrota y masacre afligida a los artesanos por
liberales y conservadores, recomendaba el libre cambio con la misma vehemencia
que cualquier furibundo liberal. El asunto del libre cambio no sirve de línea
ideológica demarcatoria entre el liberalismo y el conservatismo colombiano,
pues ambos lo aceptaron o rechazaron según las circunstancias del momento. En
cuanto a ciertas medidas de carácter político como federalismo o centralismo, a
mediados del siglo XIX, no hubo entre ellos discrepancias fundamentales. Ambos
partidos acataron el federalismo (Constitución conservadora de 1858,
Constitución liberal de 1863) porque, en ausencia de una clase dominante
homogénea y de ámbito nacional, el federalismo era la mejor manera de resolver
los problemas de apropiación según las características regionales, sin entrar
en una confrontación de tipo nacional.
La aplicación de la oposición:
liberalismo progresista, expresión de los intereses de la burguesía comerciante
o industrial, y conservatismo retardatario, expresión de los latifundistas, es
en gran parte una transposición mecánica de la situación europea de los siglos
XVIII y XIX. La persistencia, en la aplicación para el análisis de este
esquema, ha tenido consecuencias políticas que es preciso destacar. Ni por las
relaciones de dominación, ni por su poderío económico y social, puede
asimilarse a los latifundistas granadinos con los aristócratas europeos del
siglo XVIII o XIX. El contexto social era diferente y en muchos casos, en la
Nueva Granada, los intereses económicos de la clase dominante eran múltiples:
terratenientes, comerciantes, burócratas. Tal vez el sector que más podría
asimilarse a la aristocracia, guardando eso sí las debidas diferencias y
proporciones, fue el de los "aristócratas" esclavistas del sur del
país que, como ya se dijo, en términos generales militaron en el conservatismo.
Respecto a la "burguesía comerciante liberal", es de tener en cuenta
que con la apropiación que hizo de los resguardos, ejidos y bienes de la
Iglesia, a partir de mediados del siglo XIX, toda oposición antagónica entre
comerciantes y terratenientes, perdió razón de ser. Gran parte de los
latifundios cafeteros del país fueron montados por comerciantes liberales y lo
que Colombia presenció en la segunda mitad del siglo XIX, fue la conformación
de una clase dominante a la vez terrateniente, comerciante, burocrática y
especuladora empotrada en dos partidos, el liberal y el conservador.
El esquema explicativo de liberalismo
como sinónimo de burguesía progresista, aparte de que olvida la composición
pluriclasista de esta agrupación, ha permitido a este partido jugar el papel de
catalizador de los movimientos populares. El partido liberal se ha aprovechado
de esta representación ideológica y en el siglo XX, a veces la ha sabido
utilizar, con una jerga socializante, que no es más que intervencionismo de
Estado, para proclamar que en Colombia están de más los partidos de izquierda,
pues el liberal puede cubrir sus inquietudes. En lo que toca a la izquierda,
ciertas ideas que hicieron curso internacional en el movimiento obrero llevando
a los partidos proletarios a buscar un aliado democrático y progresista,
facilitaron la tarea captadora del liberalismo. La República Liberal
(1930-1946) domesticó al movimiento obrero, que en los años veinte insurgió
beligerantemente. El frente popular durante el primer gobierno de Alfonso López
(1934-1938), influyó para que en el decenio siguiente el naciente partido
comunista quedara prácticamente integrado en el liberalismo. En la actualidad,
el fracaso de ciertos grupos no es ajeno a esa búsqueda del amado ideal, la
burguesía progresista, que no aparece y que con su actitud esquiva sólo aumenta
el deseo de políticos platónicos.
Sin negar las oposiciones inmediatas
por razones eco-nómicas, que en el caso colombiano es necesario precisar, en la
formación de los partidos liberal y conservador obraron además otros elementos:
ideológicos, históricos, de clase. A mediados del siglo, el aparato de Estado
en Colombia estaba constituido por un núcleo reducido de miembros de unas pocas
familias: Mosqueras, Herranes, Caicedos, Arboledas, acaparaban las más altas
dignidades políticos, eclesiásticas y militares. En 1849, una generación de
hijos de comerciantes burócratas y abogados que terminaban sus estudios
universitarios y que sabía que con el control estatal ejercido por ese grupo
sus carreras políticas no avanzarían sino hasta los escalones intermedios,
adoptó las ideas que la burguesía europea proponía en el momento. Estas, por lo
demás, no pugnaban con sus intereses materiales y les servían de ariete para
golpear la cerrada estructura estatal. La prolongación de la sociedad colonial
con sus jerarquías raciales, había dado lugar a fuertes conflictos como la
guerra de 1841 en la que indígenas y esclavos habían participado contra sus
amos. Las prédicas de igualdad servían entonces a los jóvenes tribunos para
lograr el apoyo de los sectores populares en la lucha contra los
"aristócratas" que controlaban el Estado, así en la concepción de los
ideólogos la igualdad no fuera sino para los iguales, es decir, para ellos que
aspiraban a ser iguales en el mando a quienes en este momento lo detentaban. La
ideología que hizo explícita el partido liberal, basada en gran parte en los
textos de Bentham que ya eran difundidos de tiempo atrás, encuadró entonces con
los intereses de los comerciantes criollos: desarrollo del comercio igual
progreso, libre cambio, división internacional del trabajo. Un país de hombres
libres gobernado por ellos, de ciudadanos iguales para contratar, comprar y
vender, era lo más adecuado a esa aspiración. A la sociedad jerarquizada
controlada por las grandes familias, el liberalismo opuso la de ciudadanos ante
la ley sin jerarquías ni trabas, y regida por el grupo que irrumpía sin más
autoridad que las leyes del mercado.
Contra este proyecto de cambio el conservatismo propuso el statu quo, la
conservación de lo existente con leves modificaciones que se darían
progresivamente sin conmover las estructuras sociales y dentro de un terreno de
conservación de las jerarquías y del orden. No obstante, a la postre los
sectores dominantes del conservatismo se aprovecharon de los cambios obtenidos.
La Iglesia Católica, poder dominante y tradicionalista se opuso a los cambios,
sobre todo, a los que le vulneraban prerrogativas económicas y de poder. Su
unción al partido conservador creó el motivo de verdadera división entre los
partidos, con lo que vino a llamarse el "problema religioso", como
adelante se verá. En su periódico La Civilización de Bogotá, Mariano Ospina
Rodríguez escribía en 1849: "Los conservadores forman un partido sosegado
y reflexivo, que estima en más los resultados de la experiencia que las
conclusiones especulativas de la teoría; es esencialmente práctico, y por
consiguiente poco o nada dispuesto a los arranques de entusiasmo, si no es contra
los excesos del crimen y la maldad".
http://www.banrepcultural.org
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